El ambiente y la decoración de este restaurante es de inspiración neoyorquiona; recuerda un local industrial o una vieja fábrica remodelada y convertida en restaurante, con cuadros de jazz en las paredes. Algunos días tocan música, jazz, en directo. La comida es buena. El precio es correcto, aunque el vino es excesivamente caro. En mi opinión, hay demasiada luz (para ser un restaurante-local de jazz, creo que sería más acertada una luz más cálida y tenue). Y el servicio es nefasto. Nos sirvieron muy rápido, lo cual a priori se agradece, pero nada más acabar nos estaban invitando a pedir la cuenta. No lo hicimos y a los 15 minutos no invitaron a pasar a la barra, esta vez, de forma literal y nos invitaron a una copa, puesto que supongo que intuyeron que nos estaban echando...
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